El mapa de salida de emergencia es un enigma. Un enigma impreso en rojo y negro, laminado para la eternidad, atornillado en la parte trasera de las puertas de hotel y las paredes del subte y las escaleras de universidades, por no hablar de todos los edificios públicos, preservado en plástico junto a los matafuegos de los bloques de oficinas, esperando el momento del desastre. Es un documento diseñado para salvar vidas, pero es ilegible. Es un texto concebido para la claridad, pero es incomprensible. Es una guía para escapar, pero tiene la apariencia de una trampa. Hay algo casi poético en su ineficacia.
El mapa parte de una suposición: que quien lo lee está tranquilo, lúcido y preparado para pensar en términos espaciales. Ese es su error fundacional. Nadie mira un mapa de salida de emergencia cuando está tranquilo. Si lo hace es por curiosidad o aburrimiento, un vistazo fugaz mientras holgazanea en el pasillo de un lugar donde tiene mucho tiempo que matar, o en la puerta de una habitación de hotel, de pasada del baño a la cama, una ojeada antes de apagar la luz. Pero cuando importa —cuando suena la alarma, cuando el piso tiembla, cuando el aire se llena de humo— el cerebro no procesa símbolos, no decodifica flechas diminutas, no reconstruye racionalmente la relación entre un diagrama simplificado y el laberinto tridimensional de paredes, puertas y corredores que supuestamente representa. El cerebro entra en modo supervivencia. La amígdala actúa como un sargento hormonal desaforado, el cuerpo recibe chorros de adrenalina y cortisol como tirados por una manguera de bomberos, aumentan la respiración y el ritmo cardíaco, le suministran glucosa y oxígeno a los músculos, la corteza prefrontal del cerebro pasa a la retaguardia y con ella cualquier posibilidad de ponerse los lentes de lectura, encontrarse en el mapa de escape y seguir sus instrucciones.
Encontrarse en el mapa es importante. El género de los mapas de salida de emergencia, en caso de que sean un género, se vincula con el género de los mapas YAH, en caso de que sean un género. Mapas YAH responde a sus siglas en inglés: You Are Here. Usted está aquí. A través del mapa uno debe ubicarse a sí mismo en el ambiente con el propósito de planificar las acciones inmediatas a través de la información que deberá leer en ese mismo mapa. Y todo esto, que difícilmente pueda conseguirlo en condiciones normales valiéndose de una lupa y una cuidadosa decodificación indicial de su entorno, debe completarlo mientras las sirenas suenan, la gente grita, el techo se viene abajo, la corteza prefrontal está en el banco de suplentes y su cuerpo fue secuestrado por la amígdala.
Y sin embargo el mapa insiste en que la claridad es una cuestión de reducción. Presenta una realidad destilada: unas pocas líneas, un punto que dice que Usted Está Aquí, una o dos flechas señalando la salvación. Asume que el espacio puede aplanarse sin consecuencias. Pero el espacio es traicionero. La perspectiva engaña. Un pasillo que en la realidad parece largo es corto en el mapa; un giro que en la vida cotidiana es obvio se vuelve ilegible en dos dimensiones. Y los colores rojo, verde y negro se eligen como si tuvieran un significado universal, como si la semiótica de la salida fuera estable en todas las culturas, como si un cerebro en pánico distinguiera entre una escalera que lleva a la seguridad y una que lleva al infierno solo porque una está dibujada con una línea más gruesa que la otra
Estos mapas son la más pura expresión del optimismo burocrático. Nacen de la misma lógica que rige el urbanismo, los códigos legales y los diagramas de instrucciones sobre cómo ponerse una máscara de oxígeno. Reflejan una fe absoluta en el poder de la información, la creencia de que si los símbolos correctos se organizan en el orden adecuado, la comprensión será inevitable. Pero el lenguaje no funciona así. La visión tampoco. Y mucho menos el pensamiento. Una mente en crisis no procesa datos: sigue el instinto, se mueve con la multitud, corre hacia la luz y el aire, hacia lo familiar. El mapa de salida de emergencia supone un instante de reflexión donde no hay tiempo para reflexionar. Supone la posibilidad de la lógica donde no hay lógica. Sólo movimiento.
Pero no podemos deshacernos del mapa. Aunque es absurdo, su ausencia sería intolerable, por no decir ilegal. Un paseo de compras sin un plan de evacuación pegado junto a los baños se siente inseguro, aunque el plan sea ininteligible. Una estación de subte sin un diagrama de evacuación parece temeraria, aunque nadie se detendría a estudiarlo en una emergencia real. El mapa no funciona como herramienta. Funciona como amuleto. Su ilegibilidad es irrelevante. Lo que importa es que esté ahí.
Quizás esa sea la verdadera lección del mapa de salida de emergencia: no que fracase, sino que su fracaso no importa. Es un símbolo de orden frente al caos, un intento burocrático de imponer estructura al pánico. Es el equivalente arquitectónico de un placebo, un gesto de cuidado más que un mecanismo de supervivencia. Es un documento que no existe para ser leído, ni para ser aplicado en caso de desastre, sino para ser visto cuando todo está bien, para confirmar que alguien, en algún momento, pensó en lo que ocurrirá cuando todo salga mal. Y en ese sentido funciona. Hasta que algo salga mal.
Ojalá nadie se sienta decepcionado por nuestros protocolos de seguridad. No se asusten. Mantengan la calma. En caso de emergencia sigan a las ratas. Las ratas no necesitan mapas y siempre encuentran su camino.
Aviso parroquial: este año empecé otro sitio/blog/newsletter que acaso les interese. O no, claro. Se llama Pasajes Sonoros y trata sobre música. ¡Música! ¿A quién no le gusta la música? Empezó como un truco barato para promocionar el libro del mismo título, pero de a poco va tomando una forma menos interesada. Esta semana, por ejemplo, me dieron ganas de contar por qué Taylor Swift es una fábrica. También hay listas de reproducción, porque así son las cosas acá en el futuro.
Las fotos son mías. La de arriba de todo y la de acá abajo son de dos facultades de la Universidad de Buenos Aires; la del medio es de una estación del subte de Buenos Aires. Gran ciudad, gran medio de transporte, gran universidad, malos mapas.
Ciencias Pardas es un boletín ocasional de antropología, mapas y urbanismo. Pasajes Sonoros es su spin-off musical. Gracias por la lectura. Vuelvan pronto.